- ¿Has oído hablar de la Maldición de Tecumsé o la Maldición de los Veinte Años, Plutarco?
- Nnnooo-Repuso Calles sorprendido, pensando tal vez que se trataba de una nueva broma del presidente.
- Pues mira- repuso Álvaro Obregón- Tenskwatawa, un profeta indio shawnee que según los de su tribu pudo descubrir el origen de la maldad, maldijo a los presidentes de Estados Unidos y sentenció que los jefes de la Casa Blanca que hubieran ganado las elecciones en un año terminado con cero, o sea 1840, 1860, morirían en el cargo.
-¿Y quién le va creer a un piel roja que no sabe ni leer ni escribir?-atajó Calles cuando se percató de que la conversación iba en serio.
-No lo tomes a guasa, porque el indito ese acertó. William Henry Harrison, electo en 1840, Abraham Lincoln, en 1869, James Gerfield, en 1880 y William McKinley, en 1900, todos murieron en el cargo, Plutarco, de modo que el navajito ese o sionux o comanche o lo que fuera se las traía en serio…
-¿Y a dónde vas con el punto?-adujo Calles lleno de curiosidad.
-Pues a recordarte, querido amigo, que Warren G. Harding fue electo en 1820 y que si el indio patarrajada no se equivoca en su maldición, tal vez se nos muera Warren en el puesto y su desaparición nos complicaría todas las negociaciones…. (Martín Moreno, 2008)
¿Pero porque tanto temor por parte del Presidente Obregón a la muerte del Presidente de Estados Unidos, Warren Harding?. Porque después del asesinato de Venustiano Carranza (la noche del 20 de mayo de 1920, en manos de un grupo de soldados comandados por Rodolfo Herrero, quien recibió órdenes del coronel jefe de Caballería, Lázaro Cárdenas del Río, quién a su vez cumplió las instrucciones del propio Álvaro Obregón.), el gobierno de Obregón no había obtenido el reconocimiento diplomático del gobierno americano, lo cual lo ponía muy inquieto. Esté reconocimiento lo había anunciado el presidente Harding, siempre y cuando se concluyeran las disputas en torno a las propiedades agrícolas de los estadounidenses en México, y se llegara a un acuerdo para modificar el artículo 27 constitucional, a fin de dejar explotar y saquear libremente el petróleo por parte de las compañías americanas.
Serios o no, casualidades o no, maldiciones válidas o no inspiradas al sonido de los tambores mientras Tenskwatawa bebía una pócima hecha con veneno de víbora de cascabel y sangre de castor macho recién parido, lo cierto es que Harding, el mismísimo jefe de la Casa Blanca, falleció repentinamente el 2 de agosto de 1923, victima de un paro cardíaco originado por la presión sufrida por un grupo de cercanos amigos, conocidos como la “Banda de Ohio”, acusados de haber incurrido en negocios ilícitos en los que estaba involucrado su gobierno (Martín Moreno, 2008).
Finalmente a pocos días de la muerte del presidente Harding, el 15 de agosto de 1923, se firman los tratados de Bucareli, donde básicamente se establecía: el reconocimiento por parte del gobierno del presidente Coolidge (sustituto de Harding) y no se aplicaría retroactivamente las modificaciones a la Constitución a todos los ciudadanos que hubieran estado trabajando antes de la entrada en vigor de la ley, es decir podían seguir saqueado el petróleo mexicano. Y así todos contentos.
Álvaro Obregón, según la versión oficial, fue asesinado a tiros por un solo hombre: José de León Toral, el 17 de julio de 1928. El periódico “Excelsior” el 20 de mayo de 1947, a casi 19 años de la muerte de Obregón, publicó que fueron 6 los asesinos del General Obregón y que su cuerpo tenía 19 heridas de balas de cinco diferentes calibres.
La maldición de los presidentes americanos continuó el resto del siglo, disminuyendo su eficacia a lo largo del tiempo: Franklin Roosevelt electo en 1940, John F. Kennedy en 1960; fueron asesinados. Ronald W. Reagan en 1980, sufrió un atentando de muerte pero sobrevivió. George W. Bush en 2000, quien logró terminar su mandato y con la maldición, ofreciendo su guerra contra el terrorismo.
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