Porque llorar, porque sufrir al fin al cabo si dejas huella, tu nombre nunca se va a morir…
Martín Urieta
Ayer mis hermanas y yo tuvimos la oportunidad de festejar un año más de vida, de un hombre excepcional, extraordinario: Nuestro Padre.
No puedo dejar de imaginarme aquel día primero de diciembre de 1949, cuando nació bajo un cielo azul y nubes blancas, un hombre que durante su vida no ha conocido enfermedad alguna. Desde muy pequeño tuvo que trabajar, la vida le ha enseñado lo que la escuela no enseña, tuvo que caer y levantarse, tuvo que llorar y aprender a consolarse, tuvo que sufrir para vivir. Me asombra día a día, sus conocimientos, sus consejos, sus experiencias, sus regaños, sus penas, sus sueños, sus anhelos; todos uno por uno los llevo en mi corazón.
Me acuerdo la primera bicicleta que me compró, me dijo que para comprármela debía barrer el jardín de la casa. Yo estaba loco de la emoción, como vio que no terminaba y que mis ansias no me dejaban ni pensar, fue y me ayudó a terminar de barrer. Mientras barríamos me contó que el de niño nunca tuvo tiempo para jugar, que le hubiera encantado hacerlo. Desde entonces entendí que en mi él veía el fruto del amor que nunca conoció. Recuero las tardes que pasábamos en el río jugando con el “Willy”, nuestro perro, como me contaba historias de mi abuelo Otilio, recuerdo perfectamente cuando le preguntabas a mi madre, si se acordaba como estaba de feo, lleno de piedras la casa donde vivimos. Recuerdo también cuando lloraste porque vendiste el camión en que trabajaste durante más de 30 años, me acuerdo cuando me enseñaste a manejar en una camioneta Ford amarilla, las aventuras que tuvimos que pasar en Acayucan Veracruz, me acuerdo de tus ojos llenos de lagrimas cuando se casaron mis hermanas, me imagino lo que has llorado a solas para no preocupar a mi madre, me acuerdo lo preocupado que estabas cuando operaron a mamá, tengo bien presente la emoción que se te reflejó en la cara cuando te dije que ya iba a terminar la universidad. Todos esos y muchos recuerdos más los llevo en mi corazón, porque esos recuerdos son mi vida.
Hoy tengo que agradecer a Dios, por permitirme la dicha inmensa de disfrutar a mi padre un año más de vida, de poder seguir aprendiendo de él. Los consejos de mi padre me han servido para superar obstáculos inimaginables, sus regaños para forjar en mi carácter, él me enseñó a trabajar, el me enseñó el camino, me ha contado su vida a través de aventuras y experiencias, me enseñó el respeto por los demás, el cuidado de las cosas, me enseñó a valorar lo que Dios nos da día a día, en fin me enseñó a vivir como la gente.
Hoy mi querido viejo adorado, han pasado tantos años y no olvidaré jamás tus palabras, tus regaños, tus consejos y tu enseñanzas que me han permitido salir a la orilla. Te amo papá
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